Compartirla públicamente me hacía pensar que perdería su pureza y su fuerza, que se diluiría, algo que nos da mucho miedo que ocurra cuando perdemos un ser querido.

Hace ya unos años, una hermana elegida, como a Belén le gustaba llamar a las amigas que se pueden contar con los dedos de una mano, se marchó para siempre después de vivir una vida feliz, a pesar de su larga enfermedad. Ésta sólo consiguió que ella viviera cada momento con más intensidad y con una sonrisa que no os podéis imaginar.

Tuve la gran fortuna de acompañarla cada día de sus últimos años, gracias a la crisis económica que sufrió este país en 2008.

Quedarme sin mi trabajo de publicista en un periódico técnico de construcción lo viví como una auténtica tragedia. Perdí todo por lo que tanto había trabajado.

Ahora miro hacia atrás y me doy cuenta de que fue lo mejor que me pudo pasar. Curioso, ¿no?.

Pude disponer de todo el tiempo del mundo para poder acompañarla, para reírnos mucho y para temer lo inevitable entre tantos ratos maravillosos. Creo que a veces la realidad pasaba inadvertida y ganaba la esperanza. Pude descubrir un nuevo mundo de la mano de mi queridísima Belén, pude aprender a vivir y a morir. Pude aprender lo que de verdad importa y a lo que venimos a este mundo.

Cuando se marchó decidí seguir sola en este camino del Yoga que emprendimos juntas, y qué mejor manera de hacerlo que dedicándole cada cosa que hago dentro de mi estudio. Va por ti.

Mi misión es acompañar a mujeres en las diferentes etapas de la vida a sentirse bien con ellas mismas y con su cuerpo a través del Yoga, de los hipopresivos y del masaje facial.